Vilcashuamán, el templo del ‘Halcón Sagrado’

Hace muchos años, cuando Wiracocha era el hacedor del universo y los Apus eran quienes decidían el destino de los hombres, dos pueblos aguerridos se disputaron el dominio de los Andes y el derecho de dejar el nombre de su civilización en las páginas de la historia.

Ambos pueblos, Incas y Chancas, similares en cuanto a recursos y tecnología, lucharon como hicieron, a su vez, romanos y cartagineses para prevalecer en el mediterráneo. Mucha sangre se derramó y varias ciudades fueron destruidas, y sólo el genio, del ahora eterno, Inca Pachacútec definió la victoria de los hijos del sol. En su honor, y como muestra de su poder sobre el enemigo derrotado, el Inca decidió la construcción de una hermosa ‘aclla’, una ciudad sagrada desde la que se controlaría todo el territorio conquistado, Vilcashuamán sería llamada, y tendría la forma de un halcón, pues eso significaba su nombre: la ciudad del ‘Halcón Sagrado’.

Uno de los edificios más importantes de la ciudad fue el Templo del Sol, en honor al dios principal del panteón Inca y padre de todos ellos. Este templo era el centro religioso de Vilcashuamán y el hogar de sus sacerdotes quienes ignoraban, e ignoraron aún por tres generaciones más, la existencia de una deidad que se impondría a la suya, traída a los Andes por crueles guerreros montados sobre bestias enormes, protegidos con armaduras que brillaban como el sol mismo y capaces de destrozar cuerpos y asesinar a decenas de personas con estruendos similares a los truenos de los cielos.

Caído el ‘Halcón Sagrado’, su figura fue borrada para que no quede recuerdo de la antigua ‘llacta’, sus edificios destruidos, y las ruinas de su Templo principal, aquel erigido con orgullo al ahora derrotado dios, utilizado como simple cimiento para la Iglesia de San Juan Bautista y así dejar en claro y para siempre el dominio y superioridad del Dios de la cruz, sobre cualquier otro que haya existido entonces en estas tierras.

La Iglesia de San Juan Bautista en el pueblo de Vilcashuamán (Ayacucho, Perú) es en la actualidad una hermosa muestra del mestizaje peruano y su riqueza cultural. La belleza de esta construcción trasciende la sencillez de sus formas, y la austeridad de su nave, para expresarse también en su gran representación y significado histórico. Visitarla me ha sido una experiencia sumamente emotiva.

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