“Finalmente, luego de varios meses viajando en el barco atormentado por las mareas y desesperado por la única vista de mar cada mañana, tarde y noche, logro ver la tierra. Es hermosa. Cuento los minutos para bajar en el puerto y caminar por esas calles rodeadas de construcciones que a simple vista parecen gigantescas, tal vez, cada una, cientos de veces más grande que los edificios más importantes que dejé en mi pequeño pueblo sudamericano. Me pregunto cuanta gente vivirá ahí. Me siento una hormiga ante tanta inmensidad, aún así me tengo prohibido temer pues ahí es donde debo encontrar mi fortuna, la que me ha sido negada en la lejana tierra de mis antepasados. La Estatua de la Libertad, de la que tanto me hablaron aquellos pasajeros argentinos, se yergue ahí, majestuosa, como dándome la bienvenida. Su antorcha ilumina el camino hacia la gran ciudad donde su esencia, la libertad, impera. Mi nueva vida está por empezar. El brillante futuro empieza hoy, y quiera Dios que vuelva algún día a casa, de visita, con la maleta cargada de éxitos para llenar de alegría los corazones de aquellos que hoy lloran mi partida. Allá voy, Nueva York”
Pensamientos de un inmigrante con esperanza.